Enrique Mono Villegas 2



Corrían los primeros años de la década del 90 cuando mis padres, movidos por la fascinación del hijo con inquietudes artísticas, compraron un teclado Kawai de 5 octavas que aún sigue juntando polvo en la casa materna.

La fascinación tecnológica, el prestigio social que representaba el hijo "concertista" y los ingresos de la pequeña burguesía se combinaban en ese bello juguete importado. El chiche en cuestión causaba un gran asombro en sus usuarios ya que contaba con la posibilidad de jugar al musico gracias a la posibilidad del One Touch Finger, una boludez atómica que permitia customizar una tonada precargada.

Sin embargo su mayor característica no era esta pantomima sonora sino sus 25 ritmos preconfigurados que tenían la peculiaridad de no asemejarse ni por asomo a los géneros que intentaba reproducir. Así una base de Rock con su inequívoco 4x4 era un tecno-pop japonés y un Tango mutaba en una bastarda entonación bailada por la Evita de Alan Parker.

Sin embargo recuerdo que uno de estos ritmos me llamaba la atención con fruición: el Latin Jazz. Mediante la certera combinación de algunos botones la magia de la tecnología hacia sonar por los parlantes del intrumento una serie de ritmos alegres que se repetían con mongoloide perseverancia. Lo latino para los programadores del Kawai Fs630 era un eterno devenir de sincopa tropical en comunión con alguna reminiscencia jazzera.

Eran tiempos en los cuales lo latino estaba emergiendo como categoría de análisis y gramática para todo aquello producido al sur del Río Bravo. Los Cadillacs, Color de Melo, Chayanne, Manu Chao, Menem, Ricky Martin, Café Tacuba, Fujimori, Thalia, los Movimientos sin Tierra en Brasil, los piqueteros en Argentina, el movimiento Zapatista en México bailaban al compás de mi organito Kawai.

El teclado, y sus solapadas promesas de progreso, contrastaban con la amplía colección de discos de vinilo que conservaba mi padre. Enorme, negra y ajada no se resignaba a delegar su ubicación de privilegio en la casa mirando con desdén a los primeros cd, al AIWA 100 watt (PMPO) – una miserable mentira sonora –, a los canales de cable y al Family Game. El ejército vinílico, estoico, imbécil, valiente; resistía a lo inevitable resguardando su preciado tesoro: un compendio musical de diferentes décadas y géneros que había que manipular con un cuidado quirúrgico.

De esa enorme colección dos viejas placas del pianista Enrique “Mono” Villegas, escuchados con cierta regularidad por mi padre, me atraían de manera especial: 60 Años, publicado por el sello Trova en 1973 e Inspiración de 1975 (Cabal). Este segundo álbum se aventuraba, bajo la influencia de Ara Tokatlian, en los campo del jazz fusión, o como gustaba promocionarse en la época Jazz Rock. El resultado es flojo y pesa mucho la caprichosa insistencia que tienen los jóvenes en romperle los huevos a los jovatos. Sin embargo 60 Años era un disco espectacular.

El mismo fue grabado en vivo para festejar el cumpleaños del pianista. Era sorprendente escuchar la voz del Mono entre tema y tema. Sus divertidos diálogos con el público me llamaban mucho la atención, pues nada más en ese disco había escuchado algo así. Villegas no solo se permitía la posibilidad de bromear en un ambiente dominado por la solemnidad y la postura adusta, sino que explicaba los temas que iba a interpretar con una sencillez envidiable. Estos testimonios nos permiten crear/recrear a un viejito bien y bastante canchero, que destroza Caminito convirtiéndolo en algo completamente nuevo, St. Luis Blues, que a fuerza de golpes logra hacerlo su clásico; más La Rosita y Free, 8 minutos de free jazz.

Una historia pinta de cuerpo entero al artista. Hacia fines de la década del 50 Villegas era un argentino un tanto salvaje y vagabundo que se ganaba la vida tocando en diferentes clubs de una New York que ni por asomo se asemejaba a la del S.XXI , post Rudolph Giuliani y 11S. Una altísima cuota bohemia, que no dudaba en copular con la fracción más snob del american way of life, invadía las calles y la música que se producía. Así transcurrían sus días neoyorquinos hasta que un día el sello Columbia, que editó gran parte de la mejor música de jazz de todas las épocas, le ofreció grabar tres discos. De esta manera ven la luz Introducing Villegas y Very, Very Villegas.

Para el tercer disco la discográfica le pide al pianista que el mismo sea de música cubana en honor al fallecido compositor Ernesto Lecuona, pero se negó y su carrera en la cuna del jazz se corto de cuajo. Villegas pagó con la rescisión del contrato la máxima que años después escupió con rabia en la cara de un cronista de la revista Pelo: “No hay más identidad que ser uno mismo”.

Los discos de Villegas, tan inauditos como necesarios, muestran al intérprete haciendo de la música ajena algo completamente difícil y raro: su propia música. El descomunal talento, su humor y descarado sarcasmo no solo frente al piano hacen que su obra sea una de las mejores producciones del jazz argentino.

Descargas:

Introducing Villegas

Very, Very Villegas

60 Años