Rock&Circo. Notas sobre el ethos de la Producción Musical.


Mi hermano prende el último cigarrillo hindú que ha comprado en algún bolichito en Palermo. El humo ocre y dulzón inunda el living de madre. Paciente escapa del sillón para perderse entre las patas de la mesa y concluir su periplo huyendo por las rendijas de la persiana entreabierta. El húmedo calor del mediodía es intolerable, cualquier movimiento requiere de un gran esfuerzo y lo único que queda para beber es una Coca tibia. En el equipo agoniza Permission to Land, el primer disco de la banda inglesa The Darkness. S me mira con ojos pegajosos y me dice: “El rock no esta muerto, vive en la parodia”.

La sentencia no es menor. Tal vez el rock-pop no haya muerto pero ha perdido su capacidad de sorpresa. La etérea y relativa innovación que lo caracterizó durante mucho tiempo hoy pareciera serle esquiva. Así es como las producciones actuales buscan construir sólidos nidos en una confortable parodia metadiscursiva.

Esto es posible de ser observado en gran parte de las bandas más convocantes del mainstream actual. Estas edifican su grandeza sobre la meticulosa reproducción de las gramáticas de producción clásicas del rock. De esta forma el género termina cayendo en una fina caricatura. Y si bien es posible atisbar algunas excepciones (Toba Trance de Los Natas puede ser un ejemplo) donde existe el riesgo, la mayoría de la música pop prefiere girar sobre sí misma. Lo cual le otorga un tinte cuanto menos aburrido.

Tal vez se pueda objetar que las producciones de la industria pop actual ha mejorado las grabaciones, que los shows en vivo rara vez defraudan (aunque a veces sí las performance) y que el cumplimiento a raja tabla de las gramaticas es una gran virtud. Pues se gana en prolijidad, en adecuación, en facil reconocimiento.

Pero esto no alcanza a oscurecer que la forma en que la música pop recurre a la historia es para fijarla con ferreos grilletes en el presente. Para calcarlo con las plantillas de la revista Billiken. Esto sitúa al problema en su verdadero lugar, la falta de modulación, de desvío. La defección de esta singular situación termina siendo la parodia de miles de bandas aspirando a ser los nuevos Danger Four de la galaxia rock.

Hoy que el rock&roll, hijo dilecto del S. XX, parece estar perdiendo su sitio de honor a manos de los mix electro-étnicos, de confusa raigambre transcultural, merece que se pregunte por su vitalidad y relevancia. Tal vez se pueda afirmar que el rock no ha muerto, pero lo que se escucha alrededor del globo es su canto de cisne.